Quiero abundar en estas frases y sustentarlas con los datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2019, que se publicó en febrero de este año. Los resultados de esta encuesta, realizada por el INEGI en colaboración con la SCT y el IFT, muestran que menos del 45% de los hogares cuentan con una computadora, es decir la mayoría de los hogares no cuenta con una computadora. Si bien el acceso a la Internet lo tiene un 70% de la población la mayoría de este acceso es mediante un teléfono inteligente quedando solamente el 33% con una computadora portátil y 29% mediante una computadora de escritorio (hay personas que tienen más de un dispositivo). De hecho, con respecto a los datos del 2015, los teléfonos celulares inteligentes han aumentado en un 3% y las computadoras han disminuido en un 8%. Otro dato alarmante es que la proporción de usuarios que solamente dispusieron de un celular inteligente creció en 23% del 2015 al 2019. De la población infantil (6-11 años) solamente el 60% tiene acceso a Internet, es decir, el 40% no tiene forma de participar de una educación a distancia interactiva con las limitaciones correspondientes. Estas diferencias se amplían cuando se analizan por separado los ámbitos urbanos y rural.
Cuando digo que el 93 % de la población tiene acceso a Internet por medio de un celular, deseo enfatizar que evidentemente este acceso no es apto para la educación a distancia. En este punto no me refiero a la posibilidad de usar este dispositivo, sino para ser más concreto y específico, me refiero al uso de datos. Una hora de videoconferencia por medio de alguna plataforma (Zoom, Webex, Meet, Teams, por mencionar las más conocidas) utiliza entre 1.2 y 2.1 Gb de datos. La mayoría de los planes para datos en la telefonía celular ofrecen menos de 10 Gb, es decir, no más de diez horas de videoconferencia. Esto no alcanza ni para una semana de clases en los niveles elementales. Por supuesto, tampoco para otros niveles.
Estoy hablando de la población estudiantil; pero seguramente también puede ser el caso de la población docente quienes no solo requieren una licencia de estas plataformas, sino que también necesitan de un plan de datos para impartir los cursos.
Estos son solamente unos aspectos, pero las desigualdades se observan en múltiples facetas. Un hogar con dos miembros en edad escolar, pero con una sola computadora tiene que compartir el equipo y no pueden realizarse fácilmente más de una conexión a la vez.
Seguramente usted ya está agregando algún otro aspecto que esta crisis en salud que está produciendo el COVID-19 agrega a la crisis económica, cultural, social y, de lo que hoy abordamos, educativa.
Por estas razones, las personas que tenemos el privilegio de formar parte de la actividad docente y de contar con posibilidades para laborar desde casa debemos continuar haciéndolo, pero debemos considerar en nuestra forma de dar clase las capacidades de la comunidad estudiantil a la que instruimos. Por otro lado, tanto las madres como los padres que tengan el privilegio de contar con los medios para que los miembros de su familia puedan continuar con clases a distancia, deben considerar las posibilidades del personal docente, que pueden no ser las mismas y aportar parte de tiempo para fortalecer el proceso educativo.
Con estas líneas, quiero llamar la atención sobre que hoy más que nunca tenemos que poner atención en las condiciones que tenemos y promover actitudes que fomenten el bienestar social con aportes de acuerdo a nuestras capacidades y tener en cuenta las capacidades de las otras personas. La comprensión de las diferentes condiciones con las que enfrentamos esta crisis puede ser de gran utilidad para salir de ella construyendo una sociedad con mayores posibilidades para gozar de ese anhelado bienestar social. Cambiemos del estilo egoísta a uno cooperativista.
Este artículo fue publicado el día 9 de Septiembre en el periódico La Unión de Morelos.
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