miércoles, 30 de junio de 2021

Transición hacia a la electromovilidad en el transporte público

De las ventas mundiales de autobuses en el año 2020, 40 % fueron eléctricos . Esta cifra indica que el transporte público está transitando hacia la electromovilidad. Claramente, la tendencia hacia la construcción de un transporte público que no contamine durante su tránsito está siendo promovida en muchas ciudades en el mundo. Por supuesto que en esas ciudades una de sus prioridades es la salud de su población.  Seguramente, muchas personas estamos convencidas que la salud es una de las prioridades inobjetables para toda sociedad y el evitar que en las ciudades el transporte público emita gases tóxicos es una de las acciones que contribuye a la salud de las personas. Para mí como para muchas personas, el transporte a pie o en bicicleta contribuye doblemente; ya que evita las emisiones al mismo tiempo que promueve la actividad física. Sin embargo, en las actuales ciudades las actividades económicas no están ubicadas cerca de las zonas habitacionales y nos obliga a invertir parte de nuestro día en el transporte.
Retomemos los datos del reporte BloomberNEF sobre vehículos eléctricos. En este reporte se analizan dos posibles escenarios para el desarrollo de la electromovilidad: a) el enfocado en la economía que representa solamente las tendencias en el mercado actual y b) el que prioriza la salud humana y del planeta, es decir donde se persiguen que las emisiones netas de CO2 sean cero en el 2050. Debe quedar claro que el escenario economicista es el punto de partida que marca la tendencia del mercado actual y que el segundo requerirá de políticas enfocadas en la meta de emisiones netas cero. La perspectiva economicista sobre la venta de autobuses eléctricos de transporte público es que pasen del 40 % actual a un 60 % en 2030 y que llegará a un 90 % en el 2050. Mientras que en el escenario enfocado a la salud, el cambio en diez años sería cercano al 70 % para que en el año 2040 se alcanzara el 100 % de las ventas de autobuses eléctricos. En este último escenario se requeriría de esfuerzos sociales, políticos y económicos por parte de la sociedad en su conjunto.
Mientras estos números son alentadores en el sector de autobuses, en el caso de los automóviles no lo es tanto; ya que, aunque circulan unos 10 millones de eléctricos en el mundo, las ventas en este caso representan un porcentaje todavía menor al 4 % hoy en día. Sin embargo, un punto a resaltar es que en el escenario economicista las ventas se incrementarían a cerca del 30 % en 2030, si en solo diez años, y llegarían al 90 % en 2050. Al considerar el escenario enfocado a la salud planetaria, las ventas de carros eléctricos alcanzarían el 100 % antes del 2040, en menos de 20 años. Observemos que en ambos escenarios en el 2035 las ventas serían fundamentalmente de autos eléctricos.
Con estos datos nuevamente llamo la atención del sector industrial de autopartes en nuestro país a iniciar urgentemente la transición hacia las autopartes para vehículos eléctricos. De otra manera, este sector industrial desaparecerá como lo conocemos hoy en unos 20 o 30 años.
Ante estos escenarios, el mismo estudio establece que la demanda de combustibles por el transporte público o privado que usa nuestras calles se mantendrá en los mismos 45 millones de barriles por día durante los próximos 10 años, es decir, no aumentará en esta década. Sin embargo, caerá a 37 o 22 millones de barriles por día en 20 años, es decir, caerá el 20 o 50 %. Por estas razones, a largo plazo, el negocio de la gasolina, y por lo tanto el de refinerías para gasolinas, no se ve prometedor.
No nos dejemos llevar solamente por estos números y reflexionemos. Realmente ¿queremos gasolina barata? o por el contrario ¿lo que deseamos es un transporte limpio, que no dañe nuestra salud, que tenga calidad y que permita movilizarnos de un lugar a otro a tiempo y con un servicio digno? Quienes hemos tenido la oportunidad de viajar en un autobús o automóvil eléctrico conocemos de sus ventajas, sin ruido, sin calentamiento y con aceleración. El mismo metro es eléctrico y en muchos países los trenes entre ciudades son eléctricos. La electromovilidad no emite gases de efecto invernadero ni tóxicos o calienta el entorno mientras se mueve. Es decir, no afecta la salud de todo aquel que lo aborda o solamente lo ve pasar. Las bondades de la electromovilidad habían sido despreciadas porque en el pasado los combustibles fósiles eran más baratos y la tecnología de almacenamiento en baterías no era tan eficiente como ahora. Hoy, como lo he mencionado en varias ocasiones, el kilómetro recorrido en un vehículo eléctrico es más barato que el recorrido en un vehículo alimentado por combustibles fósiles. Los precios por kilómetro son aproximadamente del 60% en el caso eléctrico, comparado con el de combustibles fósiles; aunque la inversión inicial para el transporte individualista todavía es desventajosa para el eléctrico. Sin embargo, en el caso de los autobuses (transporte público) ya son competitivos.
En mi opinión, podemos transformar la estructura de las poblaciones hacia construir una movilidad sustentable; pero mientras hacemos estos cambios de infraestructura, podemos promover una movilidad que considere nuestra salud y la de las especies que nos acompañan en el planeta y esta última pasa por la transición hacia la electromovilidad. Exijamos un transporte eléctrico limpio y de calidad. Ya es competitivo económicamente y tiene múltiples ventajas con respecto al actual basado en combustibles fósiles.
Este es un llamado a las personas que asumirán en el futuro cercano las presidencias municipales de ciudades medianas y pequeñas que pueden hacer la diferencia y promover esta transición hoy. En particular, en ciudades como Cuernavaca esta posibilidad es real y con gusto trabajamos para hacer realidad esta transición hacia la electromovilidad mientras adecuamos la infraestructura para una movilidad sustentable.

Una versión previa de este artículo fue publicada el día 30 de junio en el periódico la Unión de Morelos.

miércoles, 16 de junio de 2021

Sobre la electrificación de la cocina

De las actividades que realizamos cada día, hay muchas que nos producen daño sin que veamos que es lo que nos está perjudicando. Una de ellas es la preparación de los alimentos o calentamiento de bebidas. Una gran mayoría de la población mexicana calienta o cuece sus alimentos en estufas de gas o de leña. No hay duda que estas últimas, cuando se utilizan en lugares cerrados sin ventilación o sin una campana adecuada producen daño en el sistema respiratorio a quienes están preparando los alimentos o bebidas. El problema no es hacer una comida en un día especial o hacerlo esporádicamente, el problema se hace notorio y causa daños acumulativos cuando estas actividades se realizan cada día. Sin embargo, el uso de las estufas de gas también provoca daños a quienes guisan. Durante la pandemia de COVID-19 se observó que estos daños e intoxicaciones se extendían a toda la familia dado que el confinamiento provocó que las personas permanecieran en sus domicilios y durante el invierno la ventilación no fuera la adecuada, aumentando las incidencias.
Es claro que el dominio del fuego otorgó a la humanidad la posibilidad de aumentar la digestibilidad de los vegetales y productos animales. Con el cocimiento se aumentó la diversidad y se modificó drásticamente la calidad en la alimentación para la población que usaba el fuego. Con el descubrimiento del gas se disminuyeron grandemente las emisiones de gases y de cenizas durante el proceso de cocción. Es más se podría pensar que la quema del gas en las estufas modernas es inocua; sin embargo, no es así. 
El año pasado B. A. Seals y A. Krasner publicaron un estudio donde alertan sobre los efectos negativos en la salud del uso de las estufas de gas. En particular, concluyen que, mientras la calidad del aire en algunas actividades industriales está regulada y es vigilada, en los domicilios esta práctica no es común. De esta manera, las posibles fuentes de contaminación del aire en los domicilios no han sido estudiadas extensamente. Dentro de los hallazgos de sus indagatorias señalan que dentro de las habitaciones las estufas de gas son una fuente de contaminantes tóxicos para las personas y otras especies animales que comparten las habitaciones. Los niveles de contaminación debido a la actividad de preparación o calentamiento de los alimentos puede llegar a niveles que no serían permitidos en el exterior. La población infantil está particularmente en riesgo de padecer enfermedades respiratorias por la exposición a la contaminación de las estufas de gas. La ventilación es fundamental para disminuir estos riesgos y, por supuesto, transitar a la electrificación de las actividades en la cocina es una forma más limpia de cocinar.
Seguramente las personas que guisan conocen que el propio proceso de cocción genera sustancias que llenan el ambiente de las cocinas, y muchas de ellas nos despiertan el apetito y son agradables. Sin embargo, hay otras que no se notan tanto, pero que pueden afectar nuestra salud. Dentro de los gases de combustión están el dióxido de nitrógeno y el monóxido de carbono que son los principales contaminantes de la combustión del gas en las estufas. Los resultados del monitoreo del aire en los domicilios con estufas de gas muestran contenidos más altos de dióxido de nitrógeno y de monóxido de carbono que en domicilios con estufas eléctricas. Estas disparidades aumentan cuando las estufas no han recibido mantenimiento (¿cuándo fue la última vez que le dieron mantenimiento a la estufa donde se cocina en su domicilio?).  Es más las estufas que mantienen un piloto encendido incrementan estos niveles sustancialmente.
El estudio también dice que la población infantil es más susceptible a padecer enfermedades asociadas a la contaminación del aire por respirar más frecuentemente por su actividad física, a la mayor razón de superficie de los pulmones a su masa corporal y a que tanto el sistema inmune como el respiratorio están todavía en desarrollo. Nuestra población infantil está en mayor riesgo. Se ha encontrado que los niveles de dióxido de nitrógeno caen en más de la mitad en domicilios donde no se usan estufas de gas.
En nuestro país el uso de estufas eléctricas (incluyendo las de inducción) no es común. Sin embargo, dado estos estudios y el hecho de que el cocimiento con electricidad es hoy en día más barato que con gas, puede motivar a cambiar nuestras estufas de gas por eléctricas. No es solo una cuestión de economía, sino de salud. 
Es cierto que en el siglo pasado era más barato cocinar con gas y parecía más limpio en comparación con el uso de leña. Hoy este tipo de estudios y las nuevas dinámicas en el trabajo, que indican la posibilidad de pasar más tiempo en nuestros domicilios, sugieren analizar con mayor detenimiento la transición hacia la electrificación de nuestras actividades.
Por supuesto que si transitáramos hacia la electrificación, deberíamos promover que esa electricidad fuese generada con fuentes renovables. 


Este artículo fue publicado el día 16 de junio en el periódico la Unión de Morelos

miércoles, 9 de junio de 2021

Lo inmediato, las elecciones pasaron, ahora a construir el futuro

En este principio de siglo, la sociedad mexicana ha cambiado su percepción de las elecciones. Recuerdo claramente los comentarios en la década de los años 1970 y 1980 sobre el llenado de urnas, la invalidación de los votos a la oposición de entonces, las estrategias de acarreos, los votos múltiples y una interminable mención de acciones para hacer trampa en las elecciones. Sí, de acciones para cometer fraude electoral. En este siglo, después de la construcción paulatina de un IFE primero y ahora de un INE, las desconfianzas sobre el conteo cibernético o a la manipulación de datos que se esparcieron entre sectores amplios de la sociedad a principios de este siglo. Por ejemplo, recuerdo los esfuerzos de colegas utilizando la información que se vertía en páginas del IFE para analizar los cambios y detectar anomalías. El esfuerzo hormiga que muchas personas realizamos con la verificación de actas de las casillas electorales mediante fotos enviadas por otras personas voluntarias y su verificación posterior con el reporte final de las elecciones. Estas acciones ciudadanas fueron motivadas por la ausencia de datos disponibles y confiables para verificar lo sucedido en el conteo o en la transcripción a los resultados finales, donde se realizaba el fraude en el siglo pasado. Estos esfuerzos  y sus resultados fueron generando confianza, pero mediante caminos tortuosos y plagados de obstáculos que hoy han sido allanados.
En esta ocasión, la jornada del 6 de junio transcurrió sin suspicacias en torno al conteo o al fraude en las urnas o en la transcripción de los resultados de las actas de casillas a los resultados finales. Desde mi punto de vista, hay un gran avance en la confiabilidad que la institución electoral, que hemos construido y que vigila las elecciones, ha despertado en la población mexicana. En esta ocasión, la jornada electoral marchó con participación ciudadana y se están realizando las denuncias pertinentes en donde es necesario, pero no movilizó a una ciudadanía vigilante fuera de los causes institucionales, como había ocurrido en las primeras elecciones de este siglo.
Es más, en los portales de conteos, los PREP federales o estatales pusieron los datos a disposición del público mediante bases de datos abiertas para facilitar el análisis estadístico y de coherencia que se deseara (en las ligas están los ejemplos de los datos nacionales y de Morelos ). Esta actitud de transparencia despierta confianza. Adicionalmente, los grupos encargados de realizar estos análisis también abrieron (pusieron a disposición del público) los códigos que utilizaron para, a partir de los conteos rápidos, dar los resultados preliminares con confiabilidad estadística (como ejemplo el código del equipo 2 del COTECORA). Estas dos sencillas acciones, pero de profunda apertura y transparencia, otorgan la posibilidad de verificación del manejo de datos e incrementan la confianza, basada en datos y su múltiple análisis y escrutinio, que la ciudadanía puede construir en los procesos electorales mexicanos.
Comparto la tranquilidad que nos ha dejado este proceso electoral, en general se percibe que la voluntad de la ciudadanía que se manifestó se ha respetado. Por supuesto, quedarán algunos casos por resolver; pero el sentir es que podemos seguir en camino hacia una democracia participativa, con sus bondades y limitaciones, revisando otros aspectos como el comportamiento no adecuado en las campañas por parte de algunos contendientes.
Me parece que ya resuelto lo inmediato, ahora debemos preocuparnos por construir nuestro futuro.
Ya en este camino tenemos que atender dos crisis que nos agobian en estos momentos. La crisis provocada por la COVID-19 y la emergencia que está demandando el Cambio Climático son dos problemas que exigen acciones inmediatas que se traducirán en bienestar en el futuro. Al menos con estas dos urgencias en mente, propongo poner a discusión la conveniencia de comprar una refinería en otro país. Por ejemplo, con el dinero que se va a invertir en la refinería en Texas se podría construir un consorcio de industrias mexicanas dedicadas a la fabricación de vacunas. ¿Sería más conveniente? El argumento del actual gobierno por la lentitud en la vacunación, a principios de año, fue que no se surtía de vacunas con la suficiente rapidez, pero esto no sucedería si esas vacunas se fabricaran en nuestro país. Las ventajas de construir empleos aquí son obvias: se invierte en nuestro país, disponibilidad de vacunas, empleos bien remunerados para personal técnico especializado en el país, posibilidad de vender o donar vacunas a otros países, obtención de divisas, etc. En cambio con la comprar de la refinería en Texas se abren o mantienen fuentes de empleos en otro país para sus ciudadanos, se usa tecnología que será obsoleta en algunos años, se invierte en el extranjero, se descapitaliza al país, se ofrecerá gasolina a una sociedad que ha despilfarrado la energía de los combustibles fósiles y que es responsable de una buena parte de las emisiones de gases de efecto invernadero que está cambiando en clima en el planeta. Si se analiza esta inversión en Texas con miras a corto plazo pudiera aparecer rentable, ya que habría gasolina asegurada, sin embargo la gasolina no cura o evita cambios globales. Con miras en el futuro de la juventud mexicana parece más adecuado invertir en tecnologías que produzcan bienes o servicios con valor de intercambio. Este es un ejemplo y no estoy casado con él, pero podemos cuestionar otras acciones con esta visión de largo plazo y hacer las modificaciones necesarias en la política pública en todos los niveles. Por supuesto, no soy joven y no estoy abogando por mis privilegios, estoy llamando a verdaderamente construir el futuro de nuestra juventud que está atado a la construcción de una sociedad que considere para su vivir aspectos ambientales, económicos, sociales e institucionales.
Con la paulatina, pero sólida, construcción de la institucionalidad en nuestro país debemos continuar forjando y fortaleciendo estas entidades autónomas (por ejemplo el INE) que nos ayuden a vigilar el tránsito a la construcción del bienestar social. 


Una versión previa de este artículo fue publicada el día 9 de junio en el periódico la Unión de Morelos

miércoles, 2 de junio de 2021

Construyamos la familia de la humanidad

Las crisis despiertan comportamientos cooperativistas en nuestra población, con algunas excepciones. Precisamente para analizar que creencias o aspectos promueven el comportamiento cooperativo, la crisis de económica y de salud que ha provocado la COVID-19 ha sido un magnífico laboratorio social. Efectivamente, el estudio del comportamiento humano durante esta crisis nos está aportando conocimiento que puede ser útil para futuras ocasiones o para atender problemas actuales. Las actividades de investigación científica se volcaron para entender desde muchas y muy variadas perspectivas una gama muy amplia de fenómenos naturales, de la salud, nanotecnológicos, de dinámica de fluidos y por supuesto las interrogantes en el ámbito social y del comportamiento humano. Desde mi perspectiva el sector científico tecnológico (en los más amplios sentidos) se abocó a estudiar las situaciones diferentes y específicas que enfrentamos. 
Una de las preguntas que me han surgido durante este año, es acerca de cómo propiciar comportamiento cooperativista y en mi búsqueda encontré un interesante artículo publicado el pasado mes de marzo que precisamente correlaciona las creencias y la información con la cooperación. 
Este grupo motivado por el hecho que muchas personas no seguían las pautas indicadas por los expertos se preguntaron: si el hecho de identificarse con el resto de la humanidad podría predecir este comportamiento cooperativo.
Para realizar este estudio en la situación en la que nos encontramos usaron una plataforma en línea en donde lanzaron una encuesta global sobre las conductas de salud y dilemas morales relacionados con la COVID-19. La encuesta fue realizada en 5 idiomas para el mundo conectado mediante la Internet. Las respuestas fueron de diferentes países (25.42 % U.S.A, 13.40 % China, 6.98 % South Africa, 6.54 % Germany, 5.20 % U.K., 5.05 % Philippines, 4.53 % India, 4.26 % Brasil, 4.06 % Spain, 3.90 % Canadá, 20.65 % otros), con al menos 100 respuestas en diez países. La encuesta tenía preguntas que consideraban acciones altruistas como donar parte de los cubrebocas que tuvieran disponibles para su familia, comprar despensas para vecinos en situaciones de riesgo, llamar a una ambulancia para que atendiera a una persona con signos de COVID-19, entre algunas otras preguntas. En el análisis a estas preguntas se correlacionaba con algunos factores: a) contextuales que hacían referencia a la situación específica a su entorno, b) respecto al tiempo en el que se desató la pandemia, c) demográficos como género (tres opciones), educación, edad, d) factores afectivos como identificación con la comunidad o la nación, y finalmente e) la identificación con toda la humanidad que se midió de manera similar a la identificación con la comunidad o la nación (para ver detalles consultar la publicación). 
Con esta metodología, en el artículo se muestra una marcada correlación entre el comportamiento cooperativo y las identificaciones con la comunidad, la nación y fundamentalmente con toda la humanidad. En las cuatro de las cinco opciones de comportamiento cooperativo la mayor correlación se encontró en personas que se identificaban fuertemente con toda la humanidad. Mientras que solo una (llamar a una ambulancia) se encontró una mayor correlación con la edad de las personas que mostraba el comportamiento cooperativista.
El estudio explica con detalle el tratamiento estadístico de estas correlaciones mostrando que sus resultados son confiables dentro del universo analizado. Desde mi opinión, sus resultados pueden ser considerados en una primera aproximación para el desarrollo de estrategias de comunicación para fomentar el comportamiento cooperativo necesario en muchísimas situaciones que promuevan el bienestar social.
Basado en los hallazgos de este trabajo de investigación, me queda claro que debemos fomentar el concepto de “familia de la humanidad”, como lo señalan en el artículo, para promover un comportamiento hacia la cooperación. De esta manera, las acciones que tiendan a generar divisiones entre las personas no parecen ser adecuadas para fomentar el comportamiento que conduzca a mejoras en la salud pública. En mi opinión, es fundamental construir en todas las personas esta conceptualización de pertenencia a una familia de la humanidad, más que construir pertenencias a grupos y propiciar el divisionismo, para promover comportamientos que permitan construir el bienestar social. Por supuesto, el mensaje es claro, debemos fomentar esta idea de pertenencia a la humanidad para atacar, ya, la otra crisis panhumana que estamos sufriendo, el cambio climático.


Este artículo fue publicado el día 2 de junio en el periódico la Unión de Morelos.