La emergencia sanitaria que ha causado la COVID-19 está pasando y poco a poco estamos retomando muchas de las actividades que hacíamos antes de la declaratoria de pandemia.
Durante dos años hemos implementado una serie de medidas de distanciamiento físico, de uso de desinfectantes y de cubrebocas o mascarillas, etc. Ahora tenemos una pregunta de cuáles de ellas será conveniente continuar y cuáles podemos dejar de hacerlas.
En estos temas se están escribiendo y recomendando acciones en muchos medios. Hace una semana encontré un artículo sobre este tema en la revista Scientific American[1], que desde mi punto de vista, explica y resume los aspectos a considerar para evaluar el riesgo al retirar algunas de las recomendaciones que hemos seguido en estos años. En particular, este artículo se refiere a la evaluación del riesgo al dejar el uso del cubrebocas.
Me parece que es claro que el uso de desinfectantes en forma masiva ha dejado de ser recomendado, dado que la transmisión por contacto parece no ser la primaria. Sin embargo, el lavado de manos frecuentes puede ser una sana costumbre. También la toma de temperatura ha pasado a ser menos efectiva en la prevención de los contagios dado que muchas personas ahora son asintomáticas.
Por supuesto que la medida más importante en cuanto a eficacia es la vacunación, sí al haber recibido la vacuna y con refuerzo es la acción que disminuye los riesgos hospitalización y la muerte causada por la COVID-19 con mayor efectividad. Por esta razón, es importante vacunarse y tomar todos los refuerzos que nos sean recomendados. De manera similar a la influenza, parece que las vacunas de COVID-19 requerirán algún reforzamiento periódico. Así, que a vacunarse se ha dicho, recordemos que ahora es turno para la población infantil, quienes han visto disminuidas gravemente su posibilidad de interacción con las restricciones en las escuelas y otras actividades colectivas.
De lo más importante es nuestra valoración al riesgo que tenemos al decidir estar o no en diferentes situaciones. En este artículo que mencioné, se establece que la edad es un factor de riesgo y según los datos recabados en Estados Unidos Las personas mayores de 50 años tienen hasta 10 veces más probabilidades de llegar a la hospitalización o de morir que las más jóvenes. También dentro de nuestra valoración al riesgo es importante conocer los riesgos que tienen las personas que viven o trabajan en los mismos espacios donde nos desenvolvemos. Por esta razón, debemos ser solidarios y entender los riesgos de estas personas que nos acompañan cotidianamente y no ponerlas disminuir sus precauciones con nuestro proceder. Se tienen datos que alrededor del 50 % de las personas que viven o trabajan en un lugar donde hay una persona reportada como caso positivo de las nuevas variantes también resultan positivas mediante el contagio. Una persona en condición inmunodeprimida debe extremar precauciones y si estamos en contacto con alguna de ellas es importante saberlo y considerarlo para la toma de nuestras decisiones.
El uso del cubrebocas o mascarilla es nuestra decisión, pero tenemos que conocer el riesgo que tomamos.
Esta toma de decisiones puede basarse en las estadísticas que hay hasta ahora. En ellas podemos observar que las personas mayores de 60 años con vacunas de refuerzo tienen mucho menor riesgo que las no vacunadas más jóvenes. Las estadísticas de Estados Unidos pueden ser comparadas con otras enfermedades o actividades de riesgo, sugiero consultar el sitio [2] para observar estas comparaciones.
Parece ser razonable que las personas jóvenes vacunadas decidan no usar el cubrebocas si en el entorno donde se desenvuelven han sido reportadas menos de 50 casos en la semana por cada 100,000 habitantes. Observemos que este número se refiere a un riesgo para una persona joven de menos de 40 años, para una persona entre los 40 y 60 debe ser menor el número de casos para retirarse el cubrebocas con un riesgo aceptable. Verdaderamente me gustaría que en nuestro país lleváramos este tipo de estadísticas, pero se decidió disminuir recursos para construir bases de datos que los contengan.
Otro de los hechos que debemos considerar para evaluar el riesgo es el tiempo que estaremos en reuniones con otras personas y que tipo de actividad, no es lo mismo estar en una biblioteca que en una sala de baile o sala de ejercicios aeróbicos. Las dos últimas son peligrosas a los diez minutos de actividad dado el nivel de partículas procedentes de la respiración que se esparcen por el ambiente. En una reunión en ambiente cerrado y con ventilación es relativamente seguro el removerse la mascarilla para beber o comer. Es importante observar la buena ventilación del lugar como uno de los factores que nos ayuden a decidir si bebemos o comemos retirándonos el cubrebocas.
En síntesis anhelamos retornar a los momentos cuando reíamos, bailábamos, charlábamos en bares, salones de baile y lugares cerrados con amistades disfrutando de horas de esparcimiento y contacto físico, social y de sonrisas evidentes. Ante las probabilidades de contraer la COVD-19 y de transmitirla a otras personas cercanas, la evaluación del riesgo es muy importante. Sin embargo, el retirarnos un cubrebocas en ocasiones analizadas puede valer la pena al ofrecer y observar sonrisas y gestos que nos acerquen como antes a las personas que estimamos.
El uso del cubrebocas o mascarilla parece que nos acompañará por más tiempo, pero con la información verificada que tenemos hoy puede indicarnos cuando el cubrebocas debe ser utilizado o removido de manera adecuada. La importancia de que nuestro proceder sea basado en esta información que nos permitirá evaluar el riesgo con conocimiento para entablar interacciones personales y sociales sin incrementar en demasía el riesgo para nosotros y otras personas.
La COVID-19 nos ha dejado evidencia que el personal científico construye conocimiento de utilidad para todas las personas, pero también nos ha ilustrado como es necesario incrementar sustancialmente la divulgación y comunicación de ese conocimiento para que la mayoría de las personas tenga la posibilidad de tomar decisiones, precisamente, con base en ese conocimiento.
Reanudemos actividades con la correspondiente evaluación del riesgo y seguramente lo haremos de una manera adecuada.