miércoles, 10 de agosto de 2011

Síndrome emperador.

Recientemente hemos oído el anuncio en la radio que narra el diálogo entre un supuesto secretario de gobierno, arguyendo que dado que Él es secretario, él ordena y dicta lo que debe hacerse. En la narración finalmente el secretario es despedido por “la gente” que es la que le paga.
Este fenómeno, donde la persona que es nombrada en un puesto de autoridad burocrática asume que, con este nombramiento, también posee la autoridad técnica sobre los asuntos de su nombramiento, es uno de los más graves problemas de toda sociedad, organización o institución.
Los dichos populares también han reconocido este fenómeno: “se sube a un ladrillo y se marea”. Para muestra de lo común de esta situación basta buscar en la Internet esta frase y observar que abundan las alusiones a políticos o burócratas; pero también puede pasar en las empresas o en organizaciones sociales o académicas por igual.
Esta actitud de soberbia e ignorancia ha causado infinidad de situaciones no deseadas, por decir lo menos. Déjenme comentar una que sucedió en el siglo XVII en Europa, concretamente en Suecia con un galeón de guerra, El Vasa o Vasen. En aquella época Suecia estaba en guerra con otras naciones europeas cuando el rey Gustavo Adolfo II ordenó la construcción un suntuoso barco de guerra. La idea del rey era poseer un barco que además de hermoso fuera en si mismo terrorífico y para ello ordenó que tuviera dos líneas de cañones a cada costado. En ese momento Suecia no contaba con arquitectos navales con experiencia en la construcción de galeones de doble línea de cañones. Es más, para diseñar los arquitectos navales del norte de Europa usaban tablas de dimensiones (altura, largo, ancho y demás) establecidas, que habían probado funcionar; a pesar de que Arquímedes había enunciado su principio de flotación varios siglos antes y que con ello era relativamente fácil calcular las dimensiones de una embarcación. El primer diseño del galeón se le encargó a un constructor de barcos holandés, Henrik Hybertsson. El contrato se firmó en 1625, pero en 1626 el rey mandó una carta al constructor en la que cambiaba las dimensiones del galeón. La sorpresa de Hybertsson fue que no encontraba esas dimensiones en las tablas antes mencionadas. El rey quería un barco más grande. En 1627, Hybertsson murió y un año después el galeón fue terminado siguiendo fielmente las dimensiones que el rey había ordenado. El resultado fue que en 1628 el Vasa se hundió el día de su viaje inaugural a escasos metros de la costa muriendo entre 30 y 50 personas. El rey solicitó una explicación y pidió castigo para el culpable del hundimiento. Hubo un juicio, primero se sospechó que la tripulación estuviera ebria, situación que no resultó cierta. Posteriormente se acusó a los constructores de haber fabricado el barco con defectos, cosa que tampoco se probó. En el juicio se ventiló el argumento de la carta del rey ordenando las nuevas dimensiones y fue lo que terminó con los alegatos. ¡No hubo culpado por el hundimiento! Al menos no hubo chivos expiatorios.
El final feliz, aunque 400 años más tarde, en 1961, después de un largo trabajo de preparación y de la colaboración entre políticos, ingenieros navales, ingenieros en materiales, arqueólogos, y muchos otros especialistas, se organizó un gran proyecto para reflotar el Vasa. Actualmente es un orgullo para Suecia mostrar este suntuoso barco en un museo promoviendo el turismo y proyectos de investigación en ciencia de materiales, arqueología marina y antropología social. Un ejemplo interesante de interacción exitosa entre ciencia y turismo, ¿cuántos de este tipo podrías armar en nuestros entornos?
He narrado rápidamente el fracaso del Vasa como una muestra de los errores que cometen personas en posiciones de toma de decisiones cuando confunden la autoridad burocrática (algunos dicen divina) de que son conferidos con la autoridad técnica, que la mayoría de las veces no tienen. Esto puede pasar cuando un presidente municipal, un secretario de estado, un gobernador, un presidente de un país, un director de empresa, un director de centro de investigación, en fin cualquier persona en un puesto directivo, toma decisiones sin conocimiento, y por intereses políticos o de imagen decide construir alguna obra sin la debida supervisión técnica o adecuada pertinencia. Así podremos tener hospitales sin equipo, puentes que se caen, estatuas ocultas, en fin diversos “elefantes blancos” que solamente sirven para tomarse la foto e inaugurarlos, incluso varias veces, o aun sin funcionar; pero no resuelven los problemas que aquejan a la comunidad y en muchas ocasiones sus impactos son funestos, como en el caso del Vasa.
Este fenómeno de marearse al subirse a un ladrillo ha sido compartido por presidentes, gobernadores, diputados, directores de empresas e incluso emperadores, por lo que le nombraríamos el síndrome del emperador Claudius. Esforcémonos por exigir la opinión técnica, social, económica de expertos sobre las posibles soluciones a los problemas que nos aquejan y vigilemos su seguimiento, establezcamos políticas pública abiertas con el consenso de todos. Estoy convencido que esta metodología pueden ser un remedio para el mareo.

Este artículo en versión abreviada fue publicado el día 10 de Agosto

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