Cuando era niño, pensaba que el año 2020 estaba muy lejos y que para ese entonces, si vivía, tendría casi la edad de mis abuelos. Veía esa fecha muy lejana e inalcanzable. Hoy el año 2020 está terminando y será recordado como el año en que la población fue sometida a situaciones que no se habían vislumbrado y mucho menos el impacto que está teniendo en las relaciones sociales y en el comportamiento de las comunidades. Claramente, el cine ha abordado las problemáticas de las pandemias mediante las películas de los zombis, pero estas películas han mostrado situaciones catastróficas y sin posibilidad de arreglo o muy al estilo individualista esbozan una posible solución dada por un ente o grupo muy reducido de personas.
Desde mi perspectiva, el COVID-19 ha mostrado los estragos que puede ocasionar una pandemia en este mundo globalizado, pero también ha mostrado que las alternativas pasan más por las acciones colectivas de la población y de esfuerzos coordinados de grupos de personas de ciencia. También, ha mostrado la vulnerabilidad de las personas que menor bienestar han disfrutado. Las desigualdades se están acentuando, los empleos mejor remunerados pueden continuar realizándose durante el confinamiento, en cambio, las personas con menores salarios requieren salir y exponerse en el transporte público o al contacto directo con otras personas. Otro ejemplo de estas desigualdades lo observamos en la educación que puede continuar en las familias donde hay acceso de calidad a la Internet; pero no así donde la conectividad depende de un celular o de un servicio sin banda ancha que sostenga la comunicación de calidad para las personas que habitan la vivienda.
Podríamos continuar con ejemplos de desigualdades, mencionando otras situaciones como la atención médica diferenciada por capacidad económica, pero me parece que con estos ejemplos queda claro el punto de que la pandemia impacta en forma diferente a diferentes sectores de la sociedad.
Por otro lado, la situación de confinamiento reclama una acción altruista por parte de las personas que tienen la posibilidad de continuar con las acciones de distanciamiento físico y con ello formar escudos de protección para disminuir los puntos de contagios. Además, es necesario el uso adecuado del cubrebocas que tiene un efecto de contenedor de las gotículas que transportan el SAR COV 2. Así el uso del cubrebocas indica claramente nuestro comportamiento altruista-egoísta al hacernos responsables de disminuir al máximo los posibles contagios que ocasionemos en caso de estar infectados y de minimizar las posibilidades de aspirar las gotículas transportadores que posiblemente haya en el aire.
Las noticias de que ya hay vacunas disponibles son alentadoras, pero no debemos descuidarnos, ya que todavía se tendrán que seguir con las medidas de distanciamiento físico por varios meses. Notemos que seleccionar la opción de vacunarnos también tiene la dualidad de ser un comportamiento altruista-egoísta al aceptar los posibles efectos secundarios, pero asegurar que no sufriremos una enfermedad grave y proteger, con nuestra acción, a la comunidad cercana. En particular en este punto, sugiero ver el video sobre las vacunas de “En Pocas Palabras – Kurzgesagt”; también en este sitio se puede encontrar videos sobre el comportamiento altruista-egoísta.
Ante las noticias alentadoras y las que nos recuerdan que todavía necesitamos conocer más sobre el SAR COV 2 y el COVID-19 para definir mejores estrategias, debemos reflexionar sobre el comportamiento y las acciones que cotidianamente, antes del 2020, realizábamos y en particular sobre lo que hemos hecho en este año de pandemia, para concluir si son adecuados para construir el bienestar social. En estos días de finales del 2020 es esencial reflexionar sobre estos temas en el contexto local y global de nuestros andares. La forma en la que actualmente nos comportamos en todos los aspectos y principalmente en lo económico y en el uso de los recursos naturales, incluyendo a la energía, implica el agotamiento de los recursos y de perpetuación de las desigualdades. En este sentido, y para invitar a la reflexión, me gustaría parafrasear las ideas de Paul Romer, premio nobel de economía 2018: El crecimiento económico ocurre cuando la gente aprovecha los recursos existentes reorganizándolos de manera que resultan más valiosos y productivos. Una metáfora útil para la producción en una economía que conduzca hacia la sustentabilidad viene de la cocina. Para crear productos finales más valiosos o valorados, mezclamos ingredientes baratos de acuerdo con una receta. Los platillos que se suelen hacer están limitados por la disponibilidad de los ingredientes y por las costumbres de la persona que cocina y de las que se alimentan, la cultura. La mayoría de lo que se cocina con la economía de hoy está produciendo efectos secundarios indeseables, tanto en el ambiente como en la sociedad. Si el crecimiento económico pudiera lograrse únicamente haciendo más y más del mismo tipo de platillo, eventualmente nos quedaríamos sin materias primas y sufriríamos unos niveles inaceptables de contaminación. La historia nos enseña, sin embargo, que el crecimiento económico surge de la utilización de nuevas y mejores recetas, no solo de cocinar más veces lo que ya hacemos o sabemos hacer. Las nuevas recetas generalmente producen menos efectos secundarios desagradables y generan un mayor valor económico por unidad de materia prima. El COVID-19 nos está indicando que existen formas diferentes de conducir la actividad económica y que podemos reducir las velocidades de uso de los recursos, pero que debemos considerar la equidad entre nuestra generación, las que vienen y las otras especies que nos acompañan en la vida en este planta.
Sirvan estas líneas para invitarles a reflexionar sobre nuestros procederes, convencido que hemos aprendido que podemos cambiar en este año que finaliza, y para desearles un 2021 pleno de salud y bienestar para ustedes y sus seres queridos.
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