miércoles, 21 de julio de 2021

La COVID-19 nos ha enseñado de flexibilidad

En nuestro país estamos en la fase de ascenso de otra ola de la COVID-19 y la desesperación que ha provocado tanto en los ámbitos económicos como políticos está causando una apertura precipitada de las actividades en nuestra sociedad. Las predicciones de la CEPAL para la región latinoamericana prevén un crecimiento del PIB en 5.2 % y 2.9 % en este año y en el que viene, después de una caída de 6.8 % en el año 2020. 
También preocupante es el hecho que en la región tendremos la cuarta parte de la población por debajo de lo que se llama ingreso bajo para satisfacer sus necesidades.  Por otro lado, estamos enfrentando los primeros cambios globales en nuestro clima causados por el uso desmedido de los combustibles fósiles para satisfacer las demanda energética. La densidad energética y la portabilidad de los combustibles fósiles han posibilitado su despilfarro en muchas regiones en el mundo. También la posibilidad de centralización de la generación de energía ha ocasionado distribuciones inequitativas de la energía; así, podemos encontrar regiones donde para producir una unidad de riqueza, digamos producto interno bruto, se usa el doble o el triple de energía. En particular, nuestros países en la región iberoamericana la mayoría de la población todavía no cuenta con la calidad en accesibilidad de energía y mucho menos con fuentes de energía renovables. Es cierto que en algunas regiones, el diseño de las políticas públicas apuntan en la dirección correcta y el fomento a las fuentes renovables es decidido, en cambio en otros países, incluyendo México, esta situación no es la adecuada y por lo tanto requerimos impulsar las demandas sociales para construir alternativas sustentables.
Por estas razones, se requiere una transición energética que apunte a resolver la crisis climática al mismo tiempo que aporte lo necesario para que la población iberoamericana consiga tener recursos para conseguir un bienestar social.
Es fundamental construir redes de capacidades para generar innovación desde las raíces de la sociedad. Esta acción es esencial, las construcciones del bienestar social pasan por el criterio de sustentabilidad considerando cuatro dimensiones: naturaleza, economía, sociedad e institucional, y para ello es necesario amalgamar el conocimiento científico global con el conocimiento local para conformar soluciones en concordancia con las capacidades sociales y naturales de las diferentes regiones.
Por supuesto, estos retos generan a su vez interrogantes de frontera en todas las ciencias, y un enfoque de ciencia ciudadana en el más amplio sentido del concepto. El fomento a la investigación multidisciplinaria que involucre a la población en el diseño y adopción de tecnologías codiseñadas con la población acorde a cada lugar es una acción que puede ser retomada por las universidades o instituciones de investigación. Es importante comentar que el diseño normativo y de políticas pública deben apuntar hacia la apropiación social del paradigma de la sustentabilidad. Estas acciones deben estar inmersas en estrategias con miras diferentes a las que han permeado en el siglo pasado, hoy el enfoque participativo y las consideraciones ambientales exigen que se construyan tecnologías que contemplen el ciclo de vida completo de los productos o servicios generados. La necesidad de incorporar a las mujeres en el diseño y la construcción de esta transición energética es una acción primordial para hacerla justa y sustentable. Las demandas de conocimiento de frontera en tópicos de materiales o química o diversos procesos para que adquieran el adjetivo de verde están siendo las demandas de la sociedad.
Para ello las instituciones de educación superior y de investigación tienen el reto de aportar los talentos necesarios y suficientes para que, además de conocer las diferentes tecnologías conozcan de las formas para colaborar con la población de cada región y con ello construir las soluciones energéticas para que se satisfagan sus necesidades con energía renovable minimizando las afectaciones al entorno natural y social. Es primordial que desde las universidades se contribuya a romper el modelo centralista de generación de energía, ya que las fuentes renovables de energía posibilitan, precisamente, la generación distribuida y con ello apuntan a la democratización de la energía. La democratización de la energía se puede concebir como el proceso de desarrollo de las instituciones sociales que conducen al fortalecimiento de la sociedad civil para disminuir las desigualdades en el uso de la energía con un enfoque de minimización de los impactos negativos para el entorno natural.
Aquí es importante mencionar, que una visión desde los sistemas complejos es muy importante para entender primero estos  procesos no lineales y después actuar para modificar las tendencias a las distribuciones paretianas inequitativas que se desarrollan en estos sistemas. En este sentido, la emisión de subastas deben incluir, desde su diseño, la opinión y la colaboración de la población a la que abastecerán o intervendrán. Sí, desde el diseño, es imprescindible involucrar a la población y esto tiene que continuar de una forma de apropiación social de la tecnología  y conducir a una colaboración informada por parte de las diferentes poblaciones después.
Notemos que la fuentes renovables no solo posibilitan la flexibilidad en la matriz de generación de energía, al considerar las diferentes fuentes renovables o no, sino que permiten la flexibilidad que el uso del conocimiento de la localidad puede dar a la demanda de energía y con ello disminuir los posibles conflictos entre las fuentes variables y la demanda sin conocimiento. Las universidades, desde su posición privilegiada en torno al conocimiento científico, tienen la obligación de asegurar el buen funcionamiento y uso de la tecnología energética mediante su participación en el establecimiento de normas para los productos o servicios relacionados con las fuentes renovables de energía. Además estas normas deben proteger a las personas y a las otras especies de posibles efectos negativos.
La innovación tecnológica y social es otro aspecto donde las universidades tienen un papel relevante al formar talento que responda a estos retos donde la multidisciplina y el trabajo colaborativo son necesarios. En este sentido, las personas que egresen de nuestras instituciones deben ser capaces de construir empresas energéticas que respondan a las necesidades locales. Las instituciones de educación superior deben ser un ejemplo en el uso eficiente y en la generación distribuida de energía para mostrar las bondades que hoy en día dan estas tecnologías. Las universidades o instituciones de investigación de la región han mostrado su capacidad para construir conocimiento y formar talento; sin embargo el reto ahora es flexibilizar este talento para que sea capaz de colaborar y construir soluciones diferenciadas para la diversidad de entornos sociales y ambientales locales.
La preparación de tecnologías que posibiliten la transición energética a un sistema distribuido donde la energía se genere, almacene y administre en el sitio de uso es un factor que permitirá que tanto las organizaciones sociales o empresariales como a las personas, en lo individual, tengan acceso a la energía de calidad necesaria y que provenga de fuentes renovables. Debemos prepararnos para hacer flexibles nuestras necesidades energéticas entre otras si deseamos que nuestra huella no afecte las posibilidades del bienestar de otras personas o especies.
La COVID-19 nos mostrado que podemos ser flexibles, ahora seamos flexibles con conocimiento.

Este texto es parte de mi contribución al foro "La transición energética para un desarrollo sostenible en Iberoamérica: respuestas desde la ciencia, tecnología y la innovación". Una versión resumida de este artículo fue publicada el día 21 de junio en el periódico la Unión de Morelos.

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