Aquella tarde del 11 de enero, 2011, día en que se celebró la ceremonia de cierre de nuestra estancia en Haití en el contexto de la Escuela de Invierno de Ciencias e Ingeniería que organizó la UNAM en la Universidad Estatal de Haití (UEH), Bárbara, Raúl, Hubermane y yo iniciamos nuestro caminar por las calles de Puerto Príncipe de la Ecole Normal, donde impartíamos clases, a la Facultad de Ciencias, ambas de la UEH, donde era la clausura.
Los cuatro caminábamos tranquilamente sobre el asfalto; las banquetas estaban ocupadas como siempre por vendedores, cuidándonos de las camionettes, singulares camionetas decoradas con imaginación y colorido que transportaban apretujados y sudorosos pasajeros. Cada vez que oíamos un claxon avisarnos que iban a pasar muy cerca de nosotros, que iban a echarnos la camionette encima, volteábamos para calcular cuántos centímetros nos quedaban para seguir caminando. Cuando, de repente, en el crucero Bárbara se encontró con una imagen que le pareció muy interesante y digna de capturarse, justo en la mera esquina: mujeres de piel de todos los matices que tiene el color negro con vestidos brillantes sentadas en la acera vendían frutas multicolores. Sin aviso, Bárbara se plantó en medio del crucero a capturar en una foto aquel colorido. No me dio tiempo de decir palabra, la motocicleta que venía a su lado también se sorprendió y dio un brusco giro para poder librarla invadiendo el otro carril. El motociclista gritó algo en creol que no comprendí, pero entendí perfectamente. Sin inmutarse y con toda calma, Bárbara continuó caminando al tiempo que fotografiaba a vendedores de medicinas que exponían sus mercancías en curiosas torres multicolores. Estas torres simulaban termiteros hechos con las pastillas en sus fundas de plástico aluminio, puestas con interesante gusto para llamar la atención sobre coloridas cubetas de plástico que aumentaba el festín multicolor a la escena de la vendimia.
A pesar de no conocer el idioma y de estar rodeados de basura (era viernes y la recolección se hace los sábados), además de escombros provocados por el terremoto del año pasado que todavía inundaban las aceras y aun el asfalto, caminábamos tranquilamente sintiéndonos seguros. Estábamos confiados en que las medidas de limpieza e higiene que seguíamos nos mantendrían alejados del cólera, que pululaba en la ciudad; seguros que la próxima semana estaríamos con nuestras familias y nuestros colegas alejados de la situación de desesperanza que nos rodeaba.
De repente, al no sentir más su compañía, volteé buscando a Raúl que hasta antes del crucero caminaba unos tres pasos atrás de nosotros. Me moví hacia media calle para avistar hasta el crucero. Me alarmé, Hubermane, el traductor de mi curso que después de catorce días me interpretaba, me comprendió con la mirada y también volteó en búsqueda de Raúl. Tardé solo unas fracciones de segundo en tranquilizarme, ya que al escudriñar la acera, Raúl era fácilmente reconocible por su piel. Raúl caminaba más seguro esquivando humanos y escombros sobre la acera, que toreando autos en la calle. Él también caminaba despreocupado tratando de guardar en su memoria las imágenes de cadencia y ritmo detrás del caos y el desorden.
Después de este injustificado sobresalto, ya tranquilo, continué admirando la belleza de las mujeres y los hombres haitianos, sus musculosos y contorneados cuerpos danzando, algunos cabizbajos, otros altivos, pero casi todos prestos a sonreír, es más... a reír, ante cualquier buen signo de la vida, con inmensos ojos esperanzadores, ávidos de conocimiento; pero al mismo tiempo, con una actitud de pesado escepticismo que conduce a la inactividad. Esta última de alguna manera provocada por la frustración que genera las horas de trabajo continuo con poco o ningún provecho. Veía muchas pieles negras con un hermoso brillo producto de las caricias diarias de los rayos del sol durante las largas caminatas para ir de la casa a las labores, regresar al medio día a casa para volver al trabajo en la tarde. Una cultura caribeña sin siesta, abrumada por un trabajo mal remunerado.
Continuamos la caminata ahora sobre los escombros de la Escuela de Artes que llegaban a un cuarto de la calle y formaban un pequeño montículo, cuyo principio escalábamos observando cómo crecía al adentrarse en lo que alguna vez fueron salones de clase. Nada quedaba en pie, es más, no había edificios provisionales, nadie laboraba en estas ruinas, sólo se acumulaba basura a su alrededor.
Unos pasos más adelante y después de algunas fotos adicionales, al fin llegamos a la Facultad de Ciencias donde nos esperaban nuestros colegas y otros alumnos para celebrar la clausura de los cursos de la Escuela de Invierno UNAM-UEH. Nosotros tres habíamos impartido por un período de 14 días cursos de matemáticas, química ambiental y energía solar, hubo cursos de manejo de residuos sólidos, ingeniería sísmica, física médica entre otros.
Nos instalamos en el salón de clases más grande y equipado: un galerón de madera con techo de lámina con algunos ventiladores que esparcían la tierra que entraba por las ventanas sin vidrios. Mientras se hacían los últimos arreglos para iniciar la ceremonia de clausura, la situación que percibí durante mi estancia en Haití trajo a mi mente el libro Colapso de Jared Diamond que explica que la situación de este país es producto del experimento inconsciente desarrollado por los franceses desde el siglo XVII, al acabar con el conocimiento local tradicional de las poblaciones autóctonas y la imposición de la forma de vida de dos poblaciones que no conocían el ambiente caribeño (europea y africana), en condiciones bióticas totalmente diferentes a las que habitaban, agotaron los recursos, terminaron con la biodiversidad y, por lo tanto, disminuyeron grandemente las posibilidades de un desarrollo sustentable de la isla. El mal manejo de los recursos naturales en Haití se debe a que la tecnología de los franceses no se amalgamó con el saber local, los nativos fueron exterminados, y por esta razón la población de África no tuvo tiempo de aprender el manejo de los recursos de los primeros habitantes. El saber local sobre el manejo de los recursos: ese conocimiento adquirido por las personas que habitaban la isla desde su colonización por los humanos (alrededor de hace unos 10 mil años), esa sabiduría sobre la forma de convivir con las especies autóctonas no llegó hasta nuestros días. Esos habitantes exterminados y esa biodiversidad aniquilada formaban un ecosistema interesante que había perdurado por algunos miles de años. Venían a mi mente nuevamente las bellas y escalofriantes imágenes de Home y de Historia de un viaje de Yann Arthus-Bertrand, donde se muestra la deforestación de Haití y los almacenamientos irracionales de carbón vegetal. En la actualidad la deforestación de la isla para producir carbón vegetal usado en la cocina ha acabado, no sólo con la vegetación sino con los ríos y los suelos fértiles. Además la introducción de tecnologías no adecuadas y de especies extrañas y agresivas ha provocado que las tierras pierdan su fertilidad. Las actuales condiciones ponen en riesgo la seguridad de supervivencia de todo un país. Recordaba que en México sufríamos de inseguridad del mismo tipo y de otros, con similares riesgos.
En la ceremonia de clausura dieron los discursos: Guerda, la artífice de la misión de la UNAM en Haití, de Fritz el organizador en Haití de la odisea por la construcción de una verdadera Universidad haitiana y los más elocuentes: las voces de los estudiantes que participaron en los cursos, agradeciendo a los profesores con palabras lanzadas con ritmo caribeño y esperanza urgida, anunciando un posible futuro: una colaboración con un igual, un país latino que ofrece respeto y trabajo conjunto. País conocedor de los efectos de la colonización de hace siglos y de la corrupción actual. La oferta: compartir conocimiento y trabajo. ¡Qué simple!, ¡qué fácil suena! ¡Qué difícil, incierto e inseguro camino nos espera!
Me dejaste sin palabras. No me queda más que sumarme a tu preocupación sobre Haití y sobre nuestro entorno más cercano.
ResponderEliminarY si tomas en cuenta, como tambien dice Diamond, que en la misma Isla se escuentra Republica Dominicana, una nacion que tambien ha sufrido tiranos como Trujillo pero que, a diferencia de los Duvalier haitianos, por tener como negocio la silvicultura preservo sus bosques y de tal manera su biodiversidad y recursos hídricos, la situación es mucho mas triste para la nacion haitiana... y si tambien piensas en el ritmo de la deforestacion de nuestra nacion... y en de las Casas Geo que han comenzado a construirse en Tetela del Monte nos damos cuenta de que nuestro futuro puede ser como el de Haiti.
ResponderEliminarEfectivamente, debemos buscar el desarrollo sustentable o nuestro futuro no existirá.
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